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Abuso y silencio. A los 11 años, Jesús Romero Colín era acólito de la iglesia San Agustín de las Cuevas. Tanto su familia como él mantenían una estrecha relación con los miembros de la iglesia. A nadie le extrañó que Francisco invitara a Jesús a pasar un fin de semana en la casa de descanso que tenía en Buenos Aires.
El sábado, ya en su habitación, el sacerdote le dijo al niño que era antihigiénico dormir con pants. Esa noche lo tocó por primera vez. Tan sorprendido como espantado, Jesús atribuyó la conducta del padre a que “estaba dormido; no sabía lo que hacía”. A la semana siguiente el ahora Papa, el cura ofreció a los padres de Jesús hacerse cargo de su manutención y educación a cambio de que el niño se fuera a vivir a la casa parroquial con él. Jesús no había contado a su familia nada de lo ocurrido en Buenos Aires ni lo haría durante los siguientes nueve años en los que no sólo hubo tocamientos, también otros abusos sexuales, como prácticas de masturbación, sexo oral y violaciones.
Cuando pasó el asunto, tenía miedo de qué iban a decir mis papás, si iban a pensar que era mi culpa; qué iba a decir la gente de mí. Me quedé callado por miedo”, relata Jesús
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